Para un ser como yo, vivir en el extranjero implica entre muchas otras cosas, transformarse en diferentes seres que nunca había imaginado, y vivir vidas no siempre elegidas. Destacaría por ejemplo la de acudir cada tanto a un consulado.
Ser un emigrado, un inmigrante, un extranjero, un guiri o cualquier categoría que describa aquel individuo, iba decir ciudadano, pero esto palabra cuesta apropiársela por diferentes y complicados trámites burocráticos e ideológicos de las administraciones, que ha dejado su país natal conlleva esta tarea de visitar cada tanto una sede consular. Ya sea ésta la de su país de nacimiento o la del país que se ha adoptado la nacionalidad por gracia de las ramas genealógicas heredadas.
Luego de varios años alejado de mi país y con algunos años de experiencia en este tipo de visitas, he llegado a la conclusión que los consulados parecen habitados por seres que solo tienen existencia en torno a él. Son los llamados “Seres consulados”. Para entender claramente a estos seres hay que decir que existen categorías. La principal es aquella que distingue a los que acuden al consulado y los que atienden en él. Fauna a simple vista no muy amplia pero sin lugar a dudas plena de matices.
Centrado en aquellos que acuden al consulado no puedo dejar de lado una característica innata a ellos, exigir y discutir. Ir a un consulado sin ganas de discutir es casi una ofensa al “ser consulado”. Es como pretender comprar alguna baratija en un mercado marroquí sin la tradicional negociación de tira y afloje hasta llegar a un precio que satisfaga a las partes. El “ser consulado” discute los derechos que tiene como ciudadano del país al que pertenece su consulado. Un ser consulado que no discute no solo se está traicionando a si mismo sino que ni siquiera sabe a donde va. El deber del “ser consulado” es discutir. Desde la fila, antes de entrar. Es su grito revolucionario, es su desahogo, diré la forma de decir “vivo en un país donde me joden a diario por pertenecer a este consulado, vengo aquí para tomarme mi revancha, debo ser escuchado y servido”.
Aquí me detengo y hago un apéndice. Porque en todos los consulados se hace fila? Ya sea bajo la lluvia, en el frío o el extremo calor. Si las puertas se abren a las 9, porqué a las 6 de la mañana ya hay quién vigile la entrada? Pero este ser consular tempranero, responsable, insomne no es cualquier “ser consulado”. No solo marca la entrada como un perro lo hace con su lugar de siesta, sino que vigila con desconfianza la llegada del próximo compatriota que le querrá robar el lugar por haber fracaso en el intento de ser el primero. De a poco, entonces, la hilera se va formando y las tensiones por posibles robos del lugar decrecen al existir un ganador. En el caso que la paranoia se apodere de primero o segundo de la fila, surgirá una propuesta y con ésta un nuevo perfil del “ser consulado” que es el líder. La primera medida de un “ser consulado líder” en una fila será proponer la confección de una lista con nombres y apellidos de los seres consulados que van arribando para evitar los “seres consulados intrusos”, es decir aquellos que llegan más tarde a sumarse al lugar que alguien les reservó. Los “seres consulados” intrusos no son odiados, aunque si envidiados por haber dormido más. La elaboración de la lista la deciden los primeros, “seres consulados líderes” ya que su “madrugón” les da el derecho a tomar la decisión unívocamente y así evitar tener que poner a consideración de otros “seres consulados” dormilones la propuesta.
La lista no admite puestos dobles, aunque si tolera por lo general una sola excepción. El cambio de uno por otro. Esto hace que en fechas navideñas donde los pasaportes caducados tiene la urgencia de ser renovados para que los emigrados afirmen su condición de tal volviendo a sus propios países para narrar la diáspora, el cambio de puestos que supuestamente se hace entre familiares, se haga entre desconocidos que sólo le ponen un módico precio a la espera.
Entre los líderes está aquel que lo sabe todo, que se manifiesta en diversas actividades y actitudes previas a que el consulado abra las puertas. Por ejemplo ejerce de abogado ya que parece que el mismo haya escrito las leyes de inmigración. Sabe donde se hace cada trámite, tanto en el país de acogida como en su país natal, y hasta conoce los trucos y tretas para ir más rápido. Su contracara es el líder solitario, aquel que solo le interesa el orden en la fila y nada más. Su carácter osco hace que en la fila sea un personaje incómodo y poco adaptado. Pero aquel “ser consulado” que lo sabe todo se repite en la fila cada cinco o seis puestos. Es decir que cada cinco o seis “seres consulados” hay uno que sabe, y si ese sabe su deber será aconsejar a las tres personas que le preceden y a las dos que le anteceden. A este “ser consulado” que sabe lo conocemos como “ser consulado oráculo”. Tiene alma de líder, aunque líder de segunda ya que sabemos que de primera hay uno solo, y ese es el madrugador.
De esta manera se van formando núcleos de seres consulados que reciben atención primaria bajo las inclemencias a las que la calle los expone. Dependiendo de su forma de “ser consulado”, su grupo al que está a cargo ingresará con más o menos irá a la hora de exigir como su naturaleza lo demanda.
Si tenemos al líder y al oráculo, sin dudas el otro perfil consulado que nos falta es el del héroe y antihéroe. El héroe o nostálgico se sustenta en todas las características de los “seres consulados” anteriores pero añade a su dialéctica su desmedido amor y defensa por las grandes virtudes de su lejano país en relación al país que le ha acogido. El héroe nostálgico nunca quiere a su nuevo país de residencia sino que idolatra al que ha dejado, lo cual no impide que entre pares no deje de maldecir el momento en que abandonó “aquel país de mierda”. El problema del héroe en su nuevo país radica en no encontrar la oportunidad para volver a ser aquel que fue, recuperar sus atributos que le hicieron coronar la cima de éxito y construir su mito. Es por ello que al no encontrar las condiciones ideales para desarrollar su saber, emprende una desmesurada crítica sobre su nuevo país de acogida.
En cambio el “ser consulado antihéroe” es sin lugar a dudas un melancólico. La sensación de continua pérdida lo agobia minuto a minuto. Es capaz hasta de ceder una posición en la fila por sentir que no merece su lugar, hasta siente que ni siquiera es el que era. Su naturaleza “consulada” de exigir se termina cuando se enfrenta con un pequeño mohín o gesto descortés de quien le mire o atiende detrás de una ventanilla. Su arte de exigir es fácilmente sometible. El mayor problema que enfrenta el “ser consulado antihéroe” en su perpetuo caminar hacia la sede consular por no terminar nunca de hacer la correcta consulta, y así terminar realizando los trámites luego de varios intentos.
Pero como su naturaleza lo exige todos “los seres consulados” tienen una vida efímera. Las 9 de la mañana marcan su final. Su esplendor existencial comienza a agotarse lentamente para volver a ser el que fue y será en la medida que va siendo atendido. La ventanilla consular es casi como su kriptonita, como si el vidrio que le separa de su informante fuese de color verde. Su liderazgo, su visión o su heroísmo sucumben indefectiblemente frente a un ser supremo para él, el “ser consulado” que habita del otro lado de la frontera de la ventanilla, el “ser consulado juez”.